domingo, 15 de agosto de 2010

LUIS CORVALAN EN LA RETINA DE LOS RECUERDOS DE JOSE MIGUEL VARAS, PREMIO NACIONAL DE LITERATURA



UN TAL CORREA

Desde el estrado que pusieron a la entrada del Cementerio General para la despedida final a Luis Corvalán, Andrea Insunza Corvalán habló de su abuelo con palabras bellas y certeras:
“Mi abuelo fue, ante todo, un tipo sencillo y honesto en su sencillez. Nació en una familia humilde y admiró profundamente a su madre Adelaida, pues fue ella quien se hizo cargo de criar a cinco hijos abandonados por el padre cuando mi abuelo tenía apenas 5 años. De ella aprendió a nunca darse por vencido, pues la bisabuela Adela, una mujer que no sabía leer ni escribir, tomó las riendas del hogar, se hizo costurera a domicilio, alimentó a sus hijos, y los educó para socorrerse mutuamente. Siempre, y hasta el miércoles en que nos dejó, mi abuelo tuvo cerca el retrato de su madre. /…/ En un hogar en que no se celebraban los santos, los cumpleaños, la pascua, ni el Año Nuevo, mi abuelo aprendió desde niño a lidiar dignamente con la escasez. Quizás por eso prefería el pipeño al buen vino, la comida casera a los restaurantes, la huerta propia y los corrales de pollos y cerdos, antes que el supermercado, en fin, la vida sencilla y austera a la que nunca renunció. Decía él que había que enseñar con el ejemplo, y así lo hizo”.

Escuchándola se me precipitaron los recuerdos.



Lo conocí en 1950. Me lo presentó Joaquín Gutiérrez (1) mientras caminábamos por la calle San Antonio, en una de nuestras habituales conversaciones peripatéticas, que nos llevaban desde la Librería Nascimento, donde él trabajaba, hasta el Correo Central de la Plaza de Armas y de vuelta a la librería.
Eran tiempos difíciles para el Partido Comunista: la ilegalidad y la represión del insigne traidor González Videla. Yo era un militante bisoño, todavía no me habituaba a mi nombre de Partido: Vicente, y sufría de una especie de picazón político-ideológica que me hacía tratar de leer, saber, entender y asimilarlo todo al plazo más breve. Mis conversaciones con Gutiérrez, militante antiguo, se componía especialmente de preguntas y respuestas: mis preguntas, sus respuestas.
Vamos caminando, pues, por la calle San Antonio, cuando veo que Joaquín se inclina profundamente para dar la mano a un hombre pequeño y delgado que ha aparecido misteriosamente caminando a nuestro lado. La profundidad de la inclinación no se debe a una forma arcaica de cortesía, sino a razones físicas: Gutiérrez mide más de un metro noventa, el desconocido tendrá apenas un metro sesenta.
- Este es el compañero Correa –dice Joaquín.
El hombre saluda sonriente. Sus ojos achinados casi desaparecen entre las “patas de gallo”, arrugas de alguien que sabe tomar la vida con humor. Nariz aguileña, pelo oscuro, bigote ralo. Camisa blanca muy gastada, corbata oscura. Un chileno pobre, cara de obrero o campesino. Joaquín le pregunta cómo va la casa. El hombre sonríe de nuevo e inicia un minucioso relato que continúa mientras nos tomamos una tacita de café, sentados ante una mesita en la fuente de soda “Dante”. Bueno, dice, los compañeros me liberaron de tareas por dos días para que pueda avanzar más rápido en la casa, aprovechando el buen tiempo. Sí, la estoy construyendo yo mismo con la ayuda de mi suegro, que tiene mucha práctica en el adobe. En realidad, no es propiamente una casa, es una pieza con techo. Ahí vamos a vivir, mi compañera, el hijo, la hija recién nacida, mi suegro y mi suegra. Poco lugar para tanta gente, pero, ¿qué se va hacer? Los pesos son escasos. Los funcionarios no nadamos en la abundancia.

-¿Funcionario público? –pregunto yo con inocencia. Joaquín y Correa ríen largamente. Yo miro primero a uno, después al otro, sin entender. Se ríen aún más.
-No, compañero –dice al fin Correa- funcionario del Partido.
Me quedo con la boca abierta. La idea de que el Partido tiene funcionarios, es decir, hombres que reciben un salario para dedicar todo su tiempo a la actividad política, a la Revolución, me parece una revelación maravillosa. Al mismo tiempo advierto que se trata de funcionarios pobres. Pobrísimos.
A Correa están a punto de lanzarlo a la calle. El dueño le subió el arriendo del caserón decrépito en que vive y no puede pagarlo. Lo echa con su compañera y sus hijos y sus suegros. Es tan “humano” que les da un plazo de dos semanas para que busquen adonde irse. Por suerte, un compañero profesor le ha ofrecido un sitio en un “loteo” de la Comuna de la Cisterna. No es más que un pedazo de suelo pelado. La casa tiene que ponerla Correa. Será de adobes. Joaquín formula preguntas técnicas sobre el adobe: dimensiones, receta de la mezcla del agua con la tierra y con la paja, duración del secado, forma de colocación de los adobes, etc.
-El barro hay que formarlo en un hoyo excavado a pala “a pura pata”, como quien pisa uva –explica Correa-. Se recomienda sacarse los pantalones para no ensuciarlos. Los adobes se forman vaciando el barro mezclado con paja en moldes de madera. Los muros ya están “así” (indica la altura con la mano) están saliendo muy derechitos y parejos. La casa puede estar lista en una semana. Otro compañero, que es de la construcción, está haciendo la armazón para el techo y va a ayudar a colocar las tejas.
Después se pasa a los temas políticos. En poco tiempo y en palabras sencillas, Correa describe un vasto cuadro: habla del precio del trigo y de lo que pasa en el campo y en el mercado, de los sindicatos que luchan contra la prohibición de elegir dirigentes comunistas, de las alzas y la inflación, de la cotización del cobre en Londres, de la lucha interna en el Partido Radical, del ascenso del movimiento sindical de los empleados bancarios y fiscales, de los presos políticos, de las vinculaciones del grupo dirigente del Partido Radical con la oligarquía financiera y las compañías yanquis. Con la misma sencillez habla luego de la guerra fría, de la bomba atómica y el movimiento mundial por la paz, de la Unión Soviética y las Democracias Populares.



Mira el reloj, se despide. Después que parte, interrogo a Joaquín: ¿Quién pero quién es este compañero? ¿Cuál es su profesión, qué hace en el Pa…- me interrumpo, porque ya sé que hay cosas que no se preguntan.
Gutiérrez, lacónico: -Es profesor primario. Y periodista. Revolucionario profesional. Es un hombre de la Dirección.
Unos meses después, Joaquín me llevó a la oficina de Correa, en el entrepiso de un edificio de la calle Agustinas, frente al local de la Sociedad Nacional de Agricultura. En la oficina había un escritorio, tres sillas, un pequeño estante para libros. No cabía nada más. Con Joaquín, Correa y yo en ella, parecía atestada. Correa colocó sobre la mesa con cierta solemnidad, un pesado paquete envuelto en papel café y amarrado con un cáñamo. Lo abrió cuidadosamente y nos dijo:
-¡Listo el pescado!
Eran los primeros ejemplares, olorosos a tinta y a papel recién cortado, del “Canto General” de Pablo Neruda. Edición clandestina de diez mil ejemplares. Joaquín comentó que eso era un record para Chile, donde nunca un libro de poesía había sido lanzado en tal tiraje y un record para América Latina en materia de ediciones clandestinas. El libro, con tapas de cartulina gruesa de color sepia, era de gran tamaño, en “octavo”, y el título “Canto General”, así como el nombre del autor aparecían en la portada en gruesas letras. Decía además: “América 1950”. Correa sonreía y daba leves palmadas al grueso volumen, como quien palmea el cogote de un caballo. Con evidente orgullo explicó:
-La tarea ha sido complicada. La composición se hizo en una parte, la impresión en otra. Hubo que trasladar todo el metal de un extremo a otro de Santiago. También el papel. Después sacar por etapas los cuadernillos impresos, porque la encuadernación se hizo en un tercer local. Joaquín sabe todo eso, porque le tocó una buena parte de la tarea, junto con su compañera. Pero todavía falta algo que es difícil: la distribución. Hay una cantidad de ejemplares vendidos anticipadamente, por suscripción. Creo que por lo menos una parte los despacharemos por correo.
El pie de imprenta indicaba que el libro se había hecho en la inexistente “Imprenta Juárez de México”. Detalle que resultó inteligente porque, cuando la policía detectó algunos ejemplares del “Canto General”, creyó realmente que habían sido traídos del exterior y estimó que la cantidad de libros en circulación no podía ser elevada. La relativa falta de atención que prestó al hecho, contribuyó a que la distribución pudiera completarse, sin tropiezos graves, en todo el país.
Joaquín propuso ir a tomar una botella de vino para celebrar el acontecimiento. La invitación fue aceptada, siempre que, dijo Correa, se hiciera extensiva a su compañera, que lo esperaba cerca de allí. Brindamos por el “Canto General” en un pequeño bar de la calle Moneda, desaparecido hace años. La morena y buenamoza Lily, de ojos pícaros, labios gruesos y sonrisa pronta, relató las últimas tribulaciones de la familia:
-¿Les contó Lucho de la casa que hicieron junto con mi papá, en el sitio que nos pasó un compañero?
-Sí, nos contó.
-Lo malo es que el sitio no era del compañero. Mejor dicho, el sitio del compañero no era ése, estaba como una cuadra más allá.
Joaquín se puso serio-: ¡No era el sitio donde ustedes construyeron! ¿Y que pasó entonces?
Lily sonreía con todos sus dientes, Correa fumaba y sonreía también. Ella continuó:
-Bueno, nada. Nos echaron de nuevo. Apareció el dueño del terreno y armó un escándalo. Lucho le dijo que talvez se había cometido un error, hay que ir a ver el plano, consultar en Bienes Raíces. El hombre se apaciguó y fueron juntos a hacer las consultas del caso. Resultó que tenía razón. O sea, tenemos que irnos de ahí. Por suerte el dueño entendió la situación, vio a los niños chicos, a los viejos. Igual exigió que nos fuéramos, pero nos dio un plazo.
-Habrá que cambiarse, pues -Correa ladeó la cabeza y se encogió de hombros-: Ya tengo ubicado el verdadero sitio del compañero profesor, ahora sí, con seguridad. Habrá que hacer otra casa…
-¿Y van a perder la que tienen ahora?
Lily se rió a carcajadas-: No es gran cosa lo que se pierde. Es una pura pieza de adobe con un tejado. No tiene ni tablas en el piso. Yo le he dicho a Lucho que ahora tiene que hacer algo mejor, de material sólido, y por lo menos con dos piezas para no estar tan amontonados…
-Lo embromado es que ya va a comenzar el mal tiempo –dijo Correa- y hay tantas tareas…
Estaba algo pensativo, pero no abatido. Cuando volvió a hablar, ya había dejado atrás el tema de la casa. Le preocupaba la educación política de los nuevos militantes, y también de los viejos. Y la falta de tiempo, que le dificultaba terminar un trabajo que él mismo había propuesto a la dirección: la biografía de Ricardo Fonseca. (2) Más tarde supe, por Joaquín, que Correa y su familia habían abandonado la casa “equivocada” y se habían trasladado a una nueva, en el mismo sector, también construida por él, con la ayuda de su suegro y de un camarada albañil que se agregó al equipo. La nueva casa tenía tres piezas, era de ladrillo, con cielo raso y piso de madera, un verdadero lujo.



La preocupación principal de Correa en esos días, me dijo Joaquín, era ir creando las condiciones para sacar un periódico legal, que al comienzo debía aparecer dos o tres veces por semana, con la perspectiva de llegar a transformarlo en diario. Se estimaba que ya existían condiciones políticas para que el Partido ilegal tuviera un periódico legal. “Democracia” salió a fines de 1950, si la memoria no me engaña. En sus páginas aparecían con frecuencia comentarios políticos firmados por Luis Correa. Por entonces yo ya sabía que el tal Correa era en realidad Luis Corvalán. Encargado Nacional de Propaganda del Partido Comunista de Chile.

José Miguel Varas


Notas.
(1) Escritor costarricense, novelista y poeta, que vivió treinta años en Chile.
(2) El libro apareció en 1952, bajo el título “Ricardo Fonseca, combatiente ejemplar”, sin firma de autor.

(Pedro Correa fue el nombre usado por el Partido Comunista de Chile, en los comentarios que hizo a través del programa Escucha Chile de Radio Moscú)

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