martes, 14 de julio de 2009

RADIO NUEVO MUNDO TRANSMITE ESTE SABADO 18 A LAS 16 HORAS Y DOMINGO A LAS 19 HORAS HOMENAJE A KATIA OLEVSKAYA



Estimados amigos de ESCUCHA CHILE:

Este fin de semana el programa
que conduzco en Radio Nuevo Mundo,
TESTIMONIOS,
transmitirá los aspectos principales
del homenaje realizado por Uds. en el teatro Camilo Henriquez,
a la locutora soviética del programa ESCUCHA CHILE, Katia Olevskaya.



Lo vamos a transmitir en dos partes,
pero los discursos irán por su importancia de forma completa.

La alcaldesa de Pedro Aguirre Cerda, Claudina Nuñez.
la periodista Gladys Diaz
y José Miguel Varas, director de Escucha Chile.

Incluiremos notas realizadas a Katia ,
por Maria Victoria Corvalán
autora del libro AQUI RADIO MOSCU: ESCUCHA CHILE
y aspectos del programa.



Se transmitirá el sábado 18 de julio a las 16 hrs
y se repite el Domingo 19 de julio a las 19 hrs.

Lo pueden escuchar por la Radio Nuevo Mundo
930 Amplitud Modulada,
y por internet en el sitio de la Radio...
www.radionuevomundo.cl

Pinchar en Linea..

Comunica el horario a tus amigos..
Posteriormente les haremos llegar la copia de los programas.

Un abrazo.

Marcos Castañeda
productor y locutor
RADIO NUEVO MUNDO

martes, 7 de julio de 2009

JOSE MIGUEL VARAS RECUERDA UN MILAGRO HUMANO LLAMADO KATIA OLEVSKAIA


Katia
El 12 de septiembre de 1973, en una sala del pesado bloque de ladrillos de Radio Moscú, en la calle Pianitskaia 25, de la capital rusa, se tomó una decisión histórica. El golpe militar en Chile, el bombardeo de la Moneda, la muerte del Presidente Salvador Allende habían producido una profunda impresión en la Unión Soviética. En una reunión, en la que participaron las autoridades máximas del Radio Komitet, el organismo con rango de ministerio que tenía a su cargo las emisiones de radio y televisión del país y también, por cierto, las emisiones radiales para el extranjero, se acordó dedicar un programa permanente a Chile como expresión de solidaridad y apoyo al pueblo chileno sometido a una cruenta represión. En la reunión participó Volodia Teitelboim, el escritor y dirigente del Partido Comunista de Chile.

Hubo muchas propuestas de qué nombre darle al programa. Contó Katia:
“Yo le dije a mi compañero Chequini que debía leer conmigo esos programas: ‘Tú dices Habla Moscú y yo digo: Escucha Chile”’.

Así se inició la serie de programas diarios que se mantendría en el aire hasta el término formal de la dictadura, en 1990. Y en ellos estuvo la voz de Katia cada día. En 1989, le llegó la hora de la jubilación, aun cuando continuó todavía el año siguiente participando en las emisiones.

De Katia se han dicho esta tarde muchas cosas emocionantes y justas. Hemos escuchado su voz, los testimonios de quienes la escuchaban en Chile en los tiempos más tenebrosos de la dictadura, el mensaje conmovedor de la Presidenta Michelle Bachelet. El programa, que en los primeros tiempos se componía de noticias, principalmente sobre el repudio internacional a la dictadura, los comentarios de Volodia y diversos llamamientos d esperanza, lucha y resistencia, se “chilenizó” gradualmente, con la incorporación de periodistas, locutores y otros comentaristas chilenos, y logró en los años 70 y 80 una elevada sintonía en Chile, lo que permitió romper el bloqueo de la información impuesto por el régimen de Pinochet e insertarse como un factor moral y político de peso en la difícil pugna por la recuperación de la democracia en el país.

No es exagerado decir que Katia atravesó también ese proceso de chilenización. Su voz, tan especial, su manera emotiva y sobria de leer, su capacidad de dialogar con soltura y con propiedad sobre los temas chilenos de cada momento la convirtieron en una presencia entrañable para miles de chilenos y chilenas que en circunstancias a menudo difíciles sintonizaban Radio Moscú. En esos años nacieron y fueron bautizadas no pocas Katias, Katiuchas, Katalinas en poblaciones, pueblos y ciudades de Chile. Su voz… hemos dicho, era “tan especial”. Y con eso, no decimos nada. Era una voz femenina fresca, madura y juvenil al mismo tiempo, dotada de una musicalidad extraordinaria, que me parece producto de una cierta manera de emitir la voz que encontramos en mujeres, generalmente artistas, rusas o en general eslavas. No se percibían en ella inflexiones extranjeras. No tenía acento mexicano, ni español, ni ruso. El suyo era un castellano limpio y claro. Su lectura estaba siempre cargada de una emotividad y una calidez notables, que la hacían atractiva para los oyentes chilenos y producían un efecto de identificación. Nunca su lectura era opaca, impersonal o indiferente. Pero no se crea tampoco que exagerara los tonos y los énfasis de manera patética. La suya era una lectura inteligente.

Su relación con los chilenos que participaban en los programas llegó a ser una amistad tan estrecha que sobrepasaba en mucho lo que podría ser una amistad surgida de la tarea política compartida. Llegamos a sentirla como parte de una familia. Nos invitó a visitarla en su casa, para disfrutar de su famoso borch ucraniano, de sus ciruelas secas rellenas de nuez y envueltas en tocino, de sus blínchiki y sus empanadillas de repollo. Nosotros la invitamos a nuestra vez a nuestras casas, a nuestras fiestas de cumpleaños.

Pero, ¿de dónde surgió esta mujer? ¿Cómo se forjaron en ella esas cualidades humanas admirables? Será bueno, tal vez, tratar de evocar algunos aspectos fundamentales de su vida, posiblemente menos conocidos en Chile.
* * *
Katia, Ekaterina Borísovna Olevskaia nació en Kiev, capital de Ucrania, en noviembre de 1917, el mes y el año de la Revolución Rusa y vivió, como millones de sus compatriotas las alegrías, las tragedias y los avatares de los “años interesantes” del siglo XX. Su vida estuvo marcada por la historia y, desde sus inicios, por los viajes. O, mejor dicho, por las emigraciones. Y en su edad avanzada, después del derrumbe de la Unión Soviética, tuvo que partir de nuevo para comenzar de nuevo, de cero, a los 75 años de edad en un país lejano y desconocido, Israel.
En 1989 jubiló después de 53 años de trabajo como locutora de Radio Moscú, es decir, de las emisiones para el extranjero de la emisora estatal soviética. Pero no se alejó de inmediato de aquellas tareas, que amaba. En 1990 escribió y leyó ante el micrófono una serie de 42 breves charlas en las que contó gran parte de su vida. Tengo la suerte de haber conservado esos preciosos textos, escritos con soltura y ua gracia espontánea, que demuestran, además, sus dotes notables de periodista y escritora. Leeré partes de ellos y he sacado datos de otros. Nadie podría decir su vida mejor que ella.

“Corría el azaroso año de 1917. En unos cuantos meses, Rusia dijo todo lo que había callado durante siglos. De día y de noche estallidos de bombas, disparos, mítines interminables. […] En mi tierra de Kiev el poder pasaba diariamente de unas manos a otras. Hacía estrago en Ucrania el atamán Petliura”. Este era un caudillo cosaco que encabezó sangrientos pogroms (matanza de judíos). De paso, no está demás recordar que formó parte de aquellas huestes feroces el padre de un torturador bestial a quien hemos conocido en Chile: Miguel Krasnoff Marchenko.

Borís Olievski, el padre de Katia, era contador, llevaba los libros de modestos negocios. En medio de la guerra civil desatada, miles de familias ucranianas, rusas y bielorrusas abandonaban las aldeas y las ciudades del viejo imperio y emigraban a América, en busca de paz, la abundancia y libertad. También emigró la familia de Katia. Se embarcaron los cuatro, Katia, su padre, su madre y su hermano León en un mercante alemán con rumbo a Nueva York. Pero a medio camino el capitán informó a don Borís que el gobierno de Estados Unidos decidido no recibir más inmigrantes de Rusia porque la cuota ya estaba completa. El barco hizo escala en el puerto de Veracruz, México. Debían desembarcar allí. Pero surgió una de esas situaciones tan típicas del siglo XX que solemos llamar “kafkianas”: las autoridades mexicanas de inmigración les exigieron que mostraran 800 dólares, 200 por cabeza, como garantía de que podrían subsistir en ese país. ¿Cuál era la alternativa? Probablemente, ser deportados a cualquier parte o privados de libertad e internados, a la espera de un barco que pudiera llevarlos de vuelta a Rusia. Afortunadamente el capitán del barco, un alemán, la prestó al padre, sin pedir garantía alguna, el dinero requerido.

Así comenzó la existencia mexicana de Katia, que tenía entonces cinco años de edad. En México, aprendió castellano y recibió la educación básica en una escuela que se llamaba “Gabriela Mistral”. Como un presagio. Además estudió inglés en la American High School. Cuando cumplió 15 años un joven judío mexicano de origen ruso quiso casarse con ella. Su madre pensaba que si se casaba en México ya no regresaría nunca más a la tierra natal. Su padre desde hacía un tiempo, estaba pensando en regresar. A uno de sus hermanos que seguía en Ucrania, le mandó una carta preguntándole si había antisemitismo en la Rusia soviética, que en aquel período se afianzaba e iniciaba un camino de acelerado desarrollo económico. La respuesta fue categórica: “Eso se acabó.
Ahora somos todos iguales. Pero… el que no trabaja no come”.

Como en México no había embajada soviética, viajaron a Berlín para obtener la visa. Era el año 1932. Por las calles alemanas escuadras de jóvenes nazis con camisas negras desfilaban con prepotencia, atacaban a los judíos y asaltaban sus negocios. Eran los comienzos del nazismo pero varios amigos de su padre, judíos como él, les dijeron que se quedaran, porque el nazismo era una cosa pasajera. Pasaron tres meses en Berlín, esperando la visa soviética. Viajaron por tren a Kiev donde Katia sufrió los rigores del exilio. No sabía hablar ni leer ruso, no tenía ropa adecuada para el invierno. Se instalaron en una “vivienda comunal” propia de aquellos tiempos: un caserón en el que convivían varias familias, cada una en una sola habitación, y en que la cocina y el baño eran comunes. En cada cuarto había una estufa a leña. “En el invierno yo me pasaba el día abrazada a la estufa, tenía un frío terrible”, contó Katia en una de sus charlas radiales.

En fin, para hacer corto un largo cuento, consiguió trabajo en la empresa estatal de turismo Intourist y le tocó viajar a Moscú en 1937, en calidad de intérprete, acompañando a una delegación de campesinos españoles, enviado por el gobierno republicano para que introdujeran el cultivo del olivo y del durazno en una de las regiones del sur. Era una expresión de solidaridad en respuesta al apoyo de la Unión Soviética a la causa republicana. Los alojaron en el monumental Hotel “Moscú”, que a Katia le pareció suntuoso, hizo de traductora en varias reuniones de sus españoles con expertos del ministerio de Agricultura y los acompañó a Radio Moscú, donde los entrevistó el argentino Luis Chequini, entonces el único locutor de los programas para España y América Latina. Chequini había sido en su país dirigente sindical ferroviario. A raíz de una huelga pasó a la clandestinidad y finalmente tuvo que salir ilegalmente de su país. En Moscú vivió el proceso de su transformación en periodista y hombre de radio múltiple. Su capacidad de trabajo era asombrosa: redactaba, las noticias, traducía materiales del ruso, escribía comentarios y luego leía todo eso ante el micrófono. Percibió de inmediato las cualidades de Katia, su inteligencia, su dominio del castellano, su voz; se dirigió a ella sin rodeos: “Véngase a Moscú a trabajar conmigo. Es una labor muy interesante y necesaria. Estoy solo, absolutamente solo. Usted leerá los programas conmigo”.

En Radio Moscú pasó Katia los 53 años siguientes, hasta su jubilación, en 1989. Su voz, junto a la de Chequini, informó sobre el proceso de construcción del socialismo, los planes quinquenales; le tocó hablar de la guerra civil española, del expansionismo hitleriano a través de oda Europa y, desde 1941, la invasión de la Unión Soviética por el ejército alemán se convirtió en el tema principal. Pero la radio no sólo emitía partes de guerra. También poesía y música porque, además de informar a los oyentes de otros países, muchos de ellos sometidos a la ocupación hitleriana, trataba de infundirles ánimo y esperanza, decisión de resistir y de luchar. Radio Moscú llegó a adquirir una inmensa sintonía tanto en la España de Franco y en la Europa ocupada por los nazis, como en otros continentes. Hemos escuchado a chilenos y chilenas de edad muy avanzada recordando con emoción, medio siglo después, hoy aquellas transmisiones del tiempo de la II guerra mundial, cargadas de emoción y de espíritu heroico.

Katia relata: “Los locutores discutíamos como era necesario leer las informaciones sobre las batallas, sin patetismo ni desesperación, sin angustia pero a la vez sin indiferencia. Yo personalmente creo que la indiferencia en la lectura es imperdonable”. Y agrega: ”Las emisiones de Radio Moscú no se interrumpieron durante la guerra ni un solo día. Vivíamos en el mismo edificio de la radio, que los nazis estaban empeñados en destruir. Una vez incluso cayó una bomba en uno de los patios, pero el daño fue insignificante. El más perjudicado fue nuestro compañero Luis Chequini porque se le cayó la máquina de escribir”.

“Durante aquellos años -sigue Katia- no solo era locutora, sino también traductora, mecanógrafa, limpiadora, cocinera; en fin, lo que se necesitara. Hacía frío en las oficinas y en los estudios. No había calefacción y ustedes saben cómo son nuestros inviernos en Moscú, a veces con 25, 30 o más grados bajo cero. De mi ración de pan yo siempre dejaba un trocito para cuando me acostara. Terminábamos la jornada a las seis de la madrugada. Antes de meterme a la cama, con el abrigo puesto, claro está, yo me comía ese trocito de pan y así sentía menos frío. En invierno amanece muy tarde y oscurece temprano. Las luces de las calles no se encendían por el peligro de los bombardeos. Las ventanas estaban siempre bien tapadas con mantas oscuras.[…] La gente era como una sola familia muy unida. Muchos hombres y mujeres estaban dispuestos a no dormir y hasta a no comer con tal de ayudar de algún modo, dar algo más para los que combatían y mandar al frente guantes o calcetines de lana o lo que fuera. En la Radio en aquellos días de invierno yo llevaba siempre puesta una ushanka, es decir, un gorro de piel con orejeras. Pero, cuando iba al estudio a leer lo programas, tenía que quitármela porque me tapaba las orejas. Entonces dejaba el gorro sobre mi escritorio. Cuando volvía a veces encontraba, en el gorro, una golosina, algo tan valioso como un pedazo de pan negro, una galleta, una zanahoria o una cebolla. Nunca pude sorprender a aquel que me dejaba silenciosamente aquellos regalos. Debo decirles que en aquel tiempo su valor era enorme. Aquellas golosinas sabían a gloria”. La ración de pan que recibían los trabajadores de la radio era de 400 gramos diarios. La de azúcar, 400 gramos al mes.

Nuestro colega periodista Guillermo Ravest, quien trabajó también en los programas para Chile de Radio Moscú junto con su esposa Ligeia Balladares recuerda en un mensaje de saludo enviado desde Ciudad de México, donde viven ambos que “Katia fue testigo presencial el final de la guerra pues estaba en los estudios de Radio Moscú cuando el 9 de mayo de 1945 el legendario locutor Yuri Levitán, encargado durante el conflicto de leer los partes del frente y las comunicaciones oficiales leyó para todos los soviéticos y para el mundo el acta de capitulación del nazismo".
Se casó en 1944, con un joven flaco, feúcho, pero, según dice, de ojos grandes muy expresivos. Se llamaba Anatoli y era director de las emisiones de Radio Moscú para Inglaterra y Estados Unidos. Más tarde se tituló de economista. Cuando estaban de novios ella le dijo: “Somos tan diferentes, ¿qué podemos tener en común?” El respondió: “Hijos”. Era un tipo lacónico.

Para Katia, como para millones de soviéticos, la revelación en toda su amplitud y monstruosidad de los crímenes de Stalin fue un shock. Sin embargo, como ella misma lo reconoce a partir de 1937, el año de las grandes purgas, había rumores, se hablaba de represiones, de detenciones, de espionaje extranjero. Ella nunca fue militante comunista. Como la mayor parte de sus compatriotas vivió con el miedo pegado al cuerpo. En su velador mantenía un pequeño envoltorio con las cosas indispensables para la eventualidad de que la detuvieran a medianoche. Algunos de sus compañeros de trabajo desaparecían y jamás se volvía saber de ellos. Pero nadie se atrevía a hablar de ellos, ni a nombrarlos siquiera. A Leonardo Cáceres, que le hizo una larga entrevista cuando estuvo en Chile en 1995, Katia le contó: “Yo no sabía mucho, nadie sabía mucho. Mucha gente pensaba que Stalin tampoco sabía y le escribía cartas pidiéndole que investigara...” (De paso: para escribir estas notas he saqueado sin escrúpulos ese excelente material así como las charlas radiales de Katia).

A fines de los años 80, el proceso que condujo a la inevitable caída del régimen soviético produjo, entre otros efectos, la reaparición de muchos demonios, que se creían sepultados para siempre y que, de hecho, el sistema socialista había contenido: disputas territoriales, rivalidades étnicas, guerra locales y, sobre todo, el antisemitismo. Katia sintió en carne propia sus efectos. Y su hija Marina, economista, se sintió atemorizada y asfixiada. Los pequeños incidentes odiosos, las llamadas telefónicas amenazantes, los rumores de pogromo le hicieron la vida imposible en Moscú. En 1991 la familia decidió emigrar a Israel. Katia partió con lo puesto, 100 dólares en la cartera y unos pocos recuerdos familiares, junto con su hija y su yerno.

Una vez más le tocó reiniciar su vida en un país extraño. No le resultó fácil. En el breve y precioso discurso que pronunció en 1995 en la comida que le ofrecimos sus amigos en el restaurante “Fra Diavolo” Katia dijo:
“Estoy profundamente unida al pueblo ruso. Me une a él todo un período de la historia de mi Patria. Hemos pasado innumerables pruebas, tanto en tiempos de paz, como en los aciagos días de la II guerra mundial. No obstante a que ahora vivo en Israel, mi Patria es Rusia, la tierra donde nacieron mis hijos y mis nietos. Echo de menos a mis amigos, mi casa, las calles, incluso el duro invierno de Moscú…El pulo ruso s bondadoso, resistente, está templado en la lucha constante por sobrevivir y yo estoy segura que vendrán para él tiempos mejores. Lo deseo de todo corazón”.
Y más adelante dijo: “Me preguntan por qué emigré a Israel… En el corazón de cada judío arde una llamita de amor a su tierra. Hemos soñado siempre, nosotros los judíos, con poseer nuestra propia tierra y poder sentirnos orgullosos de ella… [..] Esa llama que llevamos en el corazón arde con más fuerza atizada por los recuerdos, las tradiciones, los hábitos de los padres y los abuelos… Por raro que parezca, nosotros los alim, es decir, los recién llegados, nos sentimos parte del pueblo israelí, nos sentimos en casa. Aunque no siempre estamos de acuerdo con el fanatismo religioso de algunos, respetamos las tradiciones porque son precisamente esas tradiciones las que lo han conservado unido. […] La emigración es dolorosa, pero yo sé que mis hijos y mis nietos vivirán a gusto en esta tierra, que los protegerá de humillaciones, pogromos, persecuciones e injusticias. Por eso estoy en esta tierra que se llama Israel”.

Naturalmente, en ese discurso, ella habló principalmente de su relación con Chile. En 1989, invitada por un grupo de amigos chilenos, viajó con rumbo a Santiago. En Buenos Aires debía recibir la visa para entrar a Chile. La dictadura estaba llegando a su fin, pero seguía en el poder. Esperó algún tiempo hasta que resultó evidente que no le permitirían entrar a Chile. El punto más cercano a nuestro territorio al que llegó fue Mendoza. Hasta allí viajamos media docena de chilenos y chilenas para saludarla y acompañarla en aquel momento amargo. Pudo llegar finalmente a nuestro país en 1995. Entonces, en la sala del restaurante “Fra Diavolo” repleta dijo:

“Queridos amigos: me siento infinitamente feliz. Se cumplió la ilusión más grande de mi vida y la verdad es que aún no lo creo. Estoy feliz de conocerlos personalmente. Durante todos estos años he mantenido correspondencia con miles de chilenos, y a lo mejor entre ustedes hay algunos de ellos. Los chilenos con quienes tuve la suerte de trabajar son para mí como hermanos y todos ustedes son mi gran familia chilena. Aun me parece un milagro de la Tierra Santa donde vivo ahora, pero ese milagro no podría haberse realizado sin la generosidad de todos ustedes.

Lamentablemente, algunos de mis amigos ya no están. Como hubiera querido darle un fuerte abrazo a mi insuperable compañero de micrófono René Largo Farías, con el que teníamos una gran amistad. A don Orlando Millas, con el que mantuve correspondencia hasta los últimos días de su vida y cuyas cartas, llenas de optimismo no obstante su grave estado de saludo guardo como un recuerdo preciado.
Me siento feliz de tener tantos amigos chilenos con quienes conversé noche a noche durante tantos años. Muchos de ustedes habrán oído el programa Escucha Chile. Es digno de ser recordado y debe figurar como testimonio de una parte de la historia de Chile.”

domingo, 5 de julio de 2009

Gracias Katia por darnos fe cuando se nos iba apagando.


Ekaterina Borísovna Oliévskaya.
Nuestra Katia
Lo primero, y tal vez lo único que se me ocurre, al recordar a Katia, es decir gracias.

En este camino sinuoso que nos ha tocado andar a los chilenos, nos hemos encontrado con personas muy diversas, con espíritus grandes y pequeños, luminosos y turbios. El de Katia era ancho, generoso y refinado. Uno de esos espíritus que, como los cirios, arden y se consumen, para dar luz.

Esa luz y esa generosidad la mantienen viva en cada uno de nosotros, en los que trabajamos con ella, en Radio Moscú, y en los que oyeron su mensaje esperanzador, en los días crueles de la dictadura de Pinochet.

La conocí a finales de 1973, cuando José Miguel Varas me embarcó en el equipo de Escucha Chile, y por cinco años leímos juntos el programa. Fueron años en que la vi ayudar a los colegas chilenos y sus familias en los innumerables asuntos cotidianos que iban surgiendo en aquella realidad geográfica y cultural, tan distinta de la nuestra. La vi ayudar con toda su fe a los chilenos peregrinos para que pudieran volver a su país y a Chile para que reconquistara la democracia.

Gracias Katia por todo eso. Gracias por la ternura y el optimismo, por darnos fe cuando se nos iba apagando.

Lo que vino después en Chile sin duda fue mejor que la dictadura, pero no deja de ser una estafa.

Al recordar hoy, agradecido, la figura de esta mujer ucraniana, de origen judío, educada en México y enamorada de Chile, quiero recordar también con gratitud a todo el equipo que trabajó en Radio Moscú y Radio Magallanes, desde Moscú, porque todos entregaron sus capacidades al máximo, sus talentos y su civismo para acercar el fin de la dictadura. Y quiero decir aquí sus nombres, aunque tal vez se me escapen algunos, y pido por ello disculpas anticipadas:

José Miguel Varas, Guayo Labarca, Volodia Teitelboim, Chino Ravest, Ligeia Balladares, Leonardo Cáceres, Gabriela Meza, Iris Largo, Pepe Secall, Miguel Gómez, Marcel Garcés, Lautaro Aguirre, Rolando Carrasco, René Largo, Fresia Painecura, Pancho Rodríguez, y de la parte soviética nuestro gran amigo armenio Bavkén Serapioniants, el ruso Guenadi Sperski y el ítalo-argentino Luis Ceccini, pionero de las emisiones en español de Radio Moscú.

La historia se puede valorar de muchas maneras, según el cristal con que se mire, pero el trabajo de Radio Moscú, el trabajo de Katia y el del equipo chileno y soviético que crearon y sostuvieron Escucha Chile y Radio Magallanes desde Moscú, informando lo que en Chile estaba prohibido, es también historia de Chile.

Un abrazo a todos.
Arturo Vergara.
Guayaquil,1º de julio del 2009

sábado, 4 de julio de 2009

LIGEIA BALLADARES Y GUILLERMO RAVEST RECUERDAN EN MEXICO A KATIA OLEVSKAYA: Creía que ella debía pagar por el trabajo que hacía


El siguiente es el mensaje íntegro enviado desde México por Guillermo Ravest y Ligeia Balladares para ser leído en el acto de homenaje a Kata, del 1° de julio de 2009.

Estas palabras por Katia tienen acento elegíaco, porque ella también es parte del duelo de nosotros mismos y del duelo de nuestro tiempo.

Katia Olevskaya fue más que su voz, aquella clara y cálida que ofrendó esperanza diaria a un pueblo herido durante esos 17 años que duraron las emisiones radiales de “Escucha Chile”. También esa calidez la recibimos generosamente los exiliados chilenos que, trocados en combatientes periodísticos lejanos pero con el alma descalabrada, transitamos en torno suyo en Moscú.

Dueña de una verdad interior luminosa, no cejó en buscar sus propias utopías. Para reafirmarlas siempre fue solidaria. Pese a la dimensión del amor que le profesó y profesa gran parte de nuestro pueblo, pensamos que seguimos siendo deudores en gratitud con esta gran mujer. Ucraniana por terruño natal, soviética esencialmente, tras el derrumbe del socialismo debió unirse al resto de su familia que decidió emigrar a Israel. Allí acalló primero su memoria y luego su voz. Ella, que fue testigo y comunicadora de las altas cumbres y hecatombes de nuestro trágico y apasionante siglo XX.

Los genes, como la historia, a nadie dejan indemne. Katia nació en Kiev con la Revolución Rusa de 1917. Tenía cinco años cuando su padre judío abandona Ucrania en 1922. Él pretendía acercarse a su madre que debió emigrar a Estados Unidos. No lo logró. Quedó con su familia en Ciudad de México por diez años. A ese extrañamiento Katia debe la íntima apropiación del idioma español, sus estudios de música y recitación en una escuela que llevaba el nombre de Gabriela Mistral. De entonces data su amor por la gente de otros pueblos.

Adolescente de 15 años regresa a Kiev en 1932 donde estudia bien su idioma natal, inglés y francés.

Comienza su vida laboral como traductora de Intourist. Un asunto de trabajo la acercó a Radio Moscú, donde la vio y la oyó el uruguayo Luis Cequini, entonces único locutor de los programas para España y América Latina. “Me tienes que acompañar como lectora de noticias”, le dijo Cequini. Era agosto de 1937. Desde entonces, por la voz de Katia pasaron las gestas de la construcción del socialismo, el expansionismo hitleriano, los dramas de la guerra civil española, los terribles y heroicos años de la Gran Guerra Patria. Katya fue testigo presencial, pues estaba en los estudios de Radio Moscú, cuando el 9 de mayo de 1945 el legendario locutor, Yuri Levitan, leyó para todos los soviéticos y el mundo el acta de capitulación nazi.

Nuestra colega María Victoria Corvalán es quien rescató la mejor historia de los programas que periodistas chilenos hicimos desde la emisora moscovita, Escucha Chile y Radio Magallanes. Con modestia y en lo que constituye una lección de lo que debe ser el rol de los comunicadores, en ese texto dijo Katia: “Yo no hago más que leerlos, claro que pasan por mi corazón. Yo leo con sinceridad, los digo como lo siento”.

El 5 de diciembre de 1979, Katia nos invitó a acompañarla al acto en el Teatro Bolshoi con que el Radio Comité soviético celebró el cincuentenario de su creación. En el transcurso de la ceremonia ella se nos perdió de nuestro lado. Instantes después la divisamos en el escenario junto a decenas de sus viejos compañeros. Fue laureada con una medalla con que se distinguió su medio siglo de trabajo socialista como locutora. Aún confusa por la emoción, nos dijo: “yo debiera ser quien pagara por realizar mi trabajo”.

Donde sea que estés Katia, permaneces en nuestro corazón y recibirás siempre nuestra gratitud.

Ligeia Balladares y Guillermo Ravest.

viernes, 3 de julio de 2009

LA VOZ DE KATIA OLEVSKAYA ERA UN CLARO EN MEDIO DEL MIEDO: MICHELLE BACHELET




Srs.
Círculo de Periodistas de Santiago
Consejo Nacional Colegio de Periodistas
Consejo Metropolitano Colegio de Periodistas

Estimados amigos:

A través de esta carta quiero sumarme sentidamente al merecido homenaje que hoy hacen a Katia.

Como para millones de chilenos y chilenas, esa voz está cargada de profundas emociones para mí. Recordar esa voz es recordar un claro en medio del miedo. Es recordar el momento del día en el que las personas a las que se nos negaba el derecho a pensar distinto no estábamos solas y no éramos pocas. Recordar esa voz es evocar la sensación de que había una red solidaria invisible para la estadística oficial, pero innegable y sólida para quienes éramos parte de ella.

Un transistor con volumen casi inaudible en una casa, una iglesia, un centro de detención o en una sede de reuniones. Muchas personas conteniendo el aliento cuando Katia anunciaba con su voz inconfundible que Radio Moscú comenzaba “su diario programa para Chile” y que por fin oiríamos las noticias que la junta escondía y prohibía, como decía ella. Y esas frases, esos acordes suaves del himno, esa voz inconfundible, ese transistor: eso era la esperanza.

En Chile y el exilio, Katia era la vocera de una misma aspiración, de un mismo dolor, de una misma negación y de un mismo espíritu que resiste. Por eso era, como se decía en voz baja, “la primera radio de Chile”. Porque en esas horas oscuras había luces que nos alentaban a seguir, a no decaer. Y una de esas luces era Radio Moscú, con Katia, con René Largo, con José Miguel Varas, con Volodia Teitelboim, con José Secall, con Pilar Villasante, con Babkén Serapioniants, entre tantas otras personas. También nos iluminaban el camino las voces de Radio Magallanes, que llegaba hasta nosotros por la misma vía.

La información que esas voces portaban era a menudo tan dolorosa como imprescindible. Los mensajes de solidaridad que nos transmitían eran nuestra certeza de que una nación junta puede lograr derrotar la muerte y la desmemoria.

Esas voces, y la de Katia en particular, tienen un importante sitial dentro de nuestro patrimonio, y es por eso que en el Museo de la Memoria que estamos construyendo, habrá una sala audiovisual que dará cuenta de su enorme contribución durante la dictadura.

Me sumo a ustedes en el respeto, el afecto y la gratitud a nuestra Katia, en el recuerdo de una voz que traspasó valientemente la censura, y en la certeza de que hoy en Chile todas las voces tienen libertad para decir.

(Firmado) Michelle Bachelet, Presidenta de la República de Chile

jueves, 2 de julio de 2009

ESTE 1º DE JULIO NOS REENCONTRAMOS CON KATIA OLIEVSKAYA

Fué muy hermoso volver a estar todos juntos con Katia
esta vez en el Teatro Camilo Henriquez
del Círculo de Periodistas de Chile
donde todos quisieron estar incluida Michelle Bachelet
que envió un saludo recordando los días que oía Escucha Chile
Condujo este evento el periodista y locutor
Sergio Campos de Radio Cooperativa
entre los principales organizadores estuvo Leonardo Cáceres
José Miguel Varas leyó un sustancioso recordatorio de Katia
que hace pensar que ambos están preparando un libro por Katia.
Todos aportaron un granito de arena para el éxito de este homenaje
Gastón Vargas sacando instantáneas fotográficas
mientras Valentina González controlaba los detalles
y el hijo de ambos, Pato recordaba a su tía Katia,
por quien Inesa Varas fue otra de las organizadoras.
Llegaron Pepé Secall locutor de Escucha Chile
y se recordó con aplausos a René Largo farías,
otro de los compañeros de micrófono de Katia
lo que emocionó mucho a Iris Largo.
Aparecieron también Victor Vidal, su esposa e hijo,
Carlos Cadiz y esposa, pero sin dulce de tomates,
se recordó el libro ESCUCHA CHILE
de María Victoria Corvalán
y la propìa Katia recordó con Francisco Rodríguez
cuando hizo de abuela de Lautaro Aguirre
esperándola como nieto en policía internacional de Pudahuel.
La periodista Gladys Díaz trajo el agradecimiento
de los prisioneros de Villa Grimaldi
que gracias a la campaña de Radio Moscú salvaron sus vidas
mientras la alcaldesa comunista de Pedro Aguirre Cerda,
Claudina Nuñez valoró a Katia dando animos a los pobladores
en tanto el cantautor Francisco Villa
recordó musicalmente sus días de onda corta con su padre.
Se recordó todo y a cada uno de los que hicieron posible
ese histórico espacio radial
a Pilar Villasante y a Luis Chequini
a Babken Serapioniants que permitió
un programa dedicado exclusivamente a Chile
y se leyó la carta de Leonardo Kosishev y de Guenadi Sperski
que siguen allá en la Voz de Rusia
y se vieron trozos de la película ESCUCHA CHILE
de Andres Daie entrevistando a Miguel Lawner
recordando el llamado telefónico que hizo Eduardo Labarca
al campo de concentración de Ritoque
desde Radio Moscú para dar la noticia
de que Luis Corvalán había sido agraciado
con el Premio Lenin de la Paz.
Se leyó un saludo del senador Jaime Gazmuri
y otro de la comunidad israelita de Chile
orgullosa de tener entre los suyos a Katia.
Se recordó a Orlando Millas y a Volodia Teitelboim
Los 2 viajes de Katia a Chile
y su exilio final en Israel.
Si, KATIA OLEVSKAYA está presente
en el corazón mas profundo y rojo de Chile
fue la novia de los perseguidos entre 1973 y 1989
y lo será por siempre
porque fue una página en la historia radial
que sigue grabando Marcos Castañeda
de Radio Nuevo Mundo
donde Katia seguirá hablándoles a sus chilenos.