viernes, 22 de mayo de 2009

KATIA OLIEVSKAYA, DE ESCUCHA CHILE: LAS NOTICIAS QUE LA JUNTA ESCONDE Y PROHÍBE


Cómo supo el mundo la Operación Leopardo

Estimada Virginia:
Es triste enterarse de la muerte de Katia, a quien, sin conocerla, le tuvimos mucho afecto y admiración.

 Aprovecho esta oportunidad para contarte algo que pocos saben.

 En los primeros meses y años de la dictadura, fui un reportero que trabajé en las sombras para el programa Escucha Chile, de Radio Moscú.

 Con absoluta nitidez recuerdo la tremenda emoción que me invadía cuando escuchaba, en una vieja radio que transmitía onda corta, que mis entrevistas y reportajes eran difundidos a todo el mundo.

 Yo entregaba mis carillas, escritas a mano ó a máquina, en un diminuto papel, en un fugaz encuentro con un compañero incógnito, y antes de dos semanas el contenido era leído por Katia y, a veces, hasta por el mismísimo Volodia.

 Recuerdo que uno de los reportajes más impresionantes fue uno que se difundió en "Escucha Chile" en enero o febrero de 1974, durante varios días.

 A través de ese reportaje se denunció el montaje de la llamada "Operación Leopardo", que la dictadura había difundido como un enfrentamiento que, según ellos, se había producido en las cercanías de una estación eléctrica cerca de Renca, donde habían muerto cuatro ó cinco jóvenes que "intentaban" volar las torres de alta tensión.

 La rigurosa verdad fue que los cuatro o cinco jóvenes, todos comunistas, habían sido detenidos en la comuna de San Miguel, cerca de La Legua, un par de días antes de la navidad, cuando estaban fabricando pan de pascua.

 Varios días después sus familiares fueron llamados a retirar los cuerpos desde la Morgue, donde se los entregaron en ataúdes sellados y con expresa prohibición de abrirlos.

 Los padres de los jóvenes los llevaron a sus casas, hicieron un velatorio clandestino y en la noche abrieron los ataúdes, para lo cual tuvieron que romper las soldaduras.

 Con horror constataron que sus hijos tenían evidencias de torturas y  de haber sido, literalmente, masacrados.

 Luego de enterrar a sus muertos, uno de los familiares contactó a alguien; ese alguien a otro, que a su vez me contactó a mi, y me citaron a la casa de una de las víctimas.

 Durante un par de horas escuché los relatos de padres, madres, hermanos, pololas. Incluso conversé con una jovencita que había estado detenida con los que fueron ejecutados.

 Fueron horas de espanto.

 Cuando salí de esa casa, tanto o más modesta que la mía, pero en la que ya no cabía más dolor, me propuse hacer el relato más fidedigno posible de lo que había escuchado.

 Sabía que si el asunto se filtraba, si la dictadura se enteraba de quién había hecho el reportaje, seguramente correría la misma suerte de esos jóvenes.

 Pudo más el compromiso personal y la convicción y escribí unas cuatro  o cinco carillas, a reglón seguido. Esperé el día acordado para el  contacto semanal; oculté el trabajo en uno de mis zapatos; agarré una  micro y me fui al centro de Santiago, para entregarlo a ese compañero  incógnito, del que te hablé antes.

 Menos de diez días después Katia anunció el reportaje y Volodia lo  leyó durante varias emisiones.

 Obviamente, mi emoción cuando escuché el reportaje se mezcló con altas  dosis de miedo, por mí y mi familia.

 Sin embargo, al parecer el hilo transmisor desde Santiago a Moscú  funcionaba sin interferencias ni filtraciones, y no hubo problemas.

 No faltaron los compañeros que vivían en el mismo campamento donde yo vivía, (ese que tú conociste y visitaste cuando se llamaba Villa Lenin, en La Granja), que también escuchaban "Escucha Chile" que me comentaron el reportaje que difundía Radio Moscú.

 Desde luego, mi respuesta era de total asombro y de repudio, con una  cara de estar recién sabiendo lo que oía.

 Te cuento, amiga Virginia, que nunca antes había comentado este tema,  del que sólo están enterados el compañero que me llevó hasta la casa  donde hice las entrevistas (que está vivo y que puede dar testimonio de lo que te relato); mi señora, que me ayudó a ocultar las carillas; y el compañero incógnito, a quien le entregué el reportaje, a quien le adelanté lo que le estaba recibiendo.

 Discúlpame haber aprovechado esta oportunidad de recuerdo de nuestra amiga Katia, para contarte lo que te he contado, pero creo que es bueno que alguna vez, entre los que nos merecemos confianza, nos contemos estas cosas para que queden registradas más que en nuestras modestas  historias personales, en la memoria de todos.

 Recibe un estrecho abrazo y sigue adelante con tu cruzada de difusión de la cultura, porque, como decía el título de tu columna en El Siglo: "No sólo de pan...".

 Un beso

Mauricio Jorquera Encina 

(Publicado en ANAQUEL AUSTRAL)

http://virginia-vidal.com/

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